domingo, 16 de agosto de 2015

DE PANA Y ALPARGATAS (05/06/15)



Hay momentos en la vida irrepetibles que gracias al hecho de ser de tal forma los guardamos en el recuerdo en un rincón especial. Algo así ocurre con el cuarto proyecto estrenado éste año, "De pana y alpargatas",  una obra de teatro que relata aspectos de la vida del poeta Miguel Hernández, para la que tuvimos que hacer un esfuerzo especial y una intensa documentación.

Ésta obra es una realidad porque un servidor era sabedor de la reciente adquisición del legado de Miguel Hernández por parte de la diputación provincial de Jaén. Éste hecho y mi ferviente admiración por la vida y obra de éste poeta posibilitaron la creación de una obra totalmente creada por nosotros. "De pana y alpargatas" en donde quería resaltar la figura del poeta de la generación del 27 a través de los sucesos que le acontecieron en su vida sin más pretensiones que mostrar su perfil humano, olvidando los tópicos que alrededor de él figuran como son los de poeta-pastor, poeta de pueblo y poeta del sacrificio. Y quisiera hacer hincapié en ésto último porque para el biógrafo Agustín Sánchez Vidal éstos son los tres tópicos que han posibilitado la distorsión de su obra, los tópicos de cabrero, rojo (políticamente hablando) y mártir. Pero después volveré a éstos tópicos para añadir una opinión personal.


El proceso creativo comienza con una ardua y lenta documentación de la vida de Miguel Hernández. Quizás la obra que más me inspiró  para crear el libreto fue el libro "Memorias de la viuda de Miguel Hernández". Es curioso, pero cada ensayo comenzaba con una pequeña explicación a los actores de todas las cosas que poco a poco iba descubriendo de la vida personal del poeta. Y lo curioso, insisto, era ver como clavaban en mí sus ojos poniendo toda su atención e impregnándose de la pasión creciente en mí por la figura de Hernández.

Para el casting no hice pruebas. Elegí a dedo. Lo tenía claro: Pedro Muñoz era mi Miguel Hernández y Marina Yáñez, mi Josefina Manresa. El resto del elenco formaban un magnifico corifeo alguno de los cuales tenían un poquito más de peso como Cristián Torrecillas, que por momentos fue el padre de un joven Miguel Hernandez de niño, que a su vez interpretaba Javier Fábrega, o la figura de Ramón Sijé, a la que dio vida Lorenzo García. Creo que fue una gran elección, porque los protagonistas tuvieron que trabajar casi tan arduamente como un servidor, no sólo por el extenso texto sino por el ritmo, el movimiento escénico y la comprensión de los personajes, lo que más difícil encontraba, a priori. Pero me encontré que a pesar de que los protagonistas estaban en su último año de instituto, preparando la pruebas de acceso a la universidad y tratando de tener un expediente aceptable para que la nota de corte les ayude a elegir esos estudios universitarios deseados, a pesar de eso, se empaparon de la vida de sus personajes e indagaron y se sumergieron de manera personal en el mundo Hernandiano como si de otra asignatura se tratara.

Luego llegaron los largos ensayos, aquellos en los que fuimos haciendo de la obra poética de Miguel Hernández un lienzo escénico, una coreografía o una canción. Lo más fácil era emocionarse. Siempre teníamos la emoción a flor de piel porque buena parte de lo que interpretábamos eran las emociones en forma de epístolas o poemas que ya llevaban la impronta de sentimientos de éste señor al que día a día admirábamos más. Vaya si nos emocionábamos. Pero nos limpiábamos las lágrimas con el brazo y otra vez a repetir. Cabe decir que el elenco participaba de manera muy activa en la creación grupal aportando ideas escénicas, pasos o movimientos. Recuerdo más de una vez llegar con algún texto o alguna canción y decir: "Aquí chicos necesito vuestra ayuda". Y al final de la clase la satisfacción de que los problemas se iban solucionando. Aunque también hemos tenido nuestros desencuentros y más de una dificultad, como las siempre presentes e inoportunas faltas de asistencia, por ejemplo. Pero lo que más me sorprende es que el proceso de creación escénico fue más fácil de crear de lo que yo imaginaba en principio. Pero todo fue gracias a ell@s, a mis alumn@s, mis infatigables, siempre ilusionad@s y dispuest@s alumn@s, quienes, todo hay que decirlo, son y han sido parte esencial de éste montaje.

En la parte técnica creo que merece una mención especial nuestro compañero Cristian Torrecillas y sus "luces de colores" sin las que nuestro "proyecto de ciclorama" no hubiera sido una realidad. Tuvimos que invertir buena parte de nuestro tiempo aquella mañana en dar forma a una idea que no quise abandonar hasta que fue real y que le dio un color especial a nuestro montaje exento de artificios y mobiliario. También he de agradecer la colaboraboración desinteresada del saber hacer de Patricia García que con su peinado hizo que Marina se pareciera un poquito más a Josefina Manresa. Bueno y a muchos más que siempre están arrimando el hombro sin interés alguno.

Y el día del estreno fue uno de los que más nervios pasé. No era para menos, había invertido tanto de mi tiempo en ésta creación que si me lo hubieran retribuido económicamente no hubiera necesitado trabajar el resto del año. Todo el día pasé con esos nervios cogidos al estómago por una única y gran preocupación: transmitir las emociones que habíamos sentido durante todo el proceso al público para que ellos sintieran lo mismo. Fue apagar la sala y encenderse la escena cuando poco a poco me relajaba y me emocionaba admirando a unos actores que parecían llevar una vida dedicándose a ésto. Se mostraban disciplinados, llevaban un ritmo escénico admirable y proyectaban toda su energía en un patio de butacas totalmente receptivo.

Hubo algún que otro fallo, no lo negamos, pero nada que empañara la energía y el ambiente que se creó. Bueno, tengo que admitir que hay un momento de tensión que hoy es una de nuestras anécdotas, cuando en la recta final de la obra gritaba por el walkie-talkie a las apuntadoras: "Decidle a las chicas que vayan a la puta luz", porque algunas de las actrices tenían que entrar en el recorte de luz que proyectaba el cañón y casi todas las figuras de las chicas se quedaban cortadas por la cabeza dejando en penumbrosa sus rostros. No sería una anécdota si no fuera porque en la cabina de sonido e iluminación (o "pecera" del teatro, como vulgarmente llamamos nosotros) me había colocado de espaldas a los abiertos ventanales pero justo en medio del marco de la puerta central la cual hizo de resonador de mi voz cual si fuera una bóveda de piedra oyendo el público asistente  mis lindas palabras. Justifico éste actos porque fue preso del ímpetu de la emoción de que todo iba muy bien y no quería que se empañara al final.

Con el tarareo por parte de Marina (Josefina en la obra) de la melodía de "Las nanas de la cebolla" que Serrat incluyó en su disco homenaje al poeta finalizaba la obra. Acto seguido un intenso aplauso resonaba con fuerza en las piedras de La Merced, a la vez que se escuchaba en forma de canción "Para La libertad" y el público en pie nos regalaba la ovación más grande que recuerdo en los años que llevo creando teatro. Me atrevo a decir que muchas personalidades del mundo de la interpretación que han pisado las tablas del Teatro de La Merced no han tenido ni la mitad de aplausos que recibimos aquella inolvidable noche. Y ver a todo el mundo en pie te emociona y te impresiona al mismo tiempo que piensas: "¡Lo hemos conseguido!"

Al final requerimos la presencia en el escenario de Manuel Molina, profesor de Lengua y Literatura de nuestro Instituto y parte activa de nuestra obra, ya que creó un precioso texto que utilizamos como epílogo de la obra de teatro. Sus cálidas y emocionadas palabras unidas al momento singular previo me hicieron romper en llanto impidiéndome personarme en el escenario a su llamada. Y sé que me disculpó tal desliz porque días más tarde me regaló uno de los más bonitos e inolvidables obsequios que me han hecho nunca en forma de columna opinión en el diario Ideal de Jaén. Me reitero en mis más sinceros agradecimientos, Manuel.



Y así fue como acabó una noche de cuento, un proceso intenso, una experiencia única, un recuerdo imborrable, un homenaje merecido y una de las obras de teatro de la que más orgulloso me siento. Todo gracias a un elenco de actores y actrices, que desde aquel día están más cerca de la inmortalidad. Como inmortal y puro me gustaría conservar éste recuerdo. Igual de inmortal y pura debería ser la imagen de Miguel Hernández todavía preso de esos tres tópicos de los que hablaba al principio. Tópicos que (y a continuación quiero dejar la impronta de mi opinión) hoy son el arma de defensa del legado de Miguel Hernández en nuestra comarca y provincia. Esos tópicos continúan manchando su obra y siendo los martilleantes eslóganes con los que publicitar el legado que adquirió la Diputación de Jaén y el Museo afincado en nuestra comarca. Por ello, hago un llamamiento a los lectores de éstas líneas para que omitan aquellas formas de propaganda política o social, y especialmente, que no escuchen a aquellos que venden la obra de Miguel Hernández y su vida poniéndoles acotaciones en forma de marca publicitaria. Que no les oigan. Que les ignoren tanto como nos hemos sentido nosotros en una Comarca que no ha mostrado interés por conocer nuestro trabajo sobre la figura de éste escritor, al que, de continuar así, sólo será para Jaén un reclamo turístico. Nosotros sentimos la satisfacción del trabajo bien hecho y la decepción de la ignorancia del mismo por parte de aquellos que dicen ser promotores y activistas en la difusión de la obra de éste gran hombre y gran poeta.

Y dicho ésto, me quedo con lo hermoso de aquel día. Como dice mi equipo de artistas: "Ellos se lo pierden". Lo que no ha de perderse ni tergiversar jamás es la importancia de la memoria, del recuerdo vivo, puro y sin prismas que lo distorsionen. Así es como quisimos crear una historia de nombre "De pana y alpargatas" que sirviera de justo homenaje a un hombre, sus sentimientos y su obra. Sin artificios, ni frases publicitarias, ni pesados clichés. Hablando de una pareja, su tiempo, su amor, su vida y sus desventuras con el único fin de humanizar una obra poética y epistolar alabada en medio mundo. Y sirva para cerrar ésta entrada la siguiente cita de José Ángel Valente "Es difícil o imposible pensar en su poesía sin pensar en su vida"...

Arcadio Chillón 


INTEGRANTES DE ÉSTE PROYECTO DEJAN A CONTINUACIÓN SUS IMPRESIONES PARA COMPARTIRLAS CON TODOS VOSOTROS:

ELENA CARAVACA SÁNCHEZ

Ni en un millón de años me habría imaginado hacer una obra de este tipo. Yo no soy normalmente de dramas, pero en mi último año me apetecía hacer algo así. Me lo pensé un poco antes de involucrarme en esta obra, porque sabía que iba a requerir mucho trabajo y dedicación, o como suele decir Arcadio, "pringarse mucho". Al final me decidí porque los viernes sin teatro se me hacían raros y tampoco tenía mucho que hacer. Al fin y al cabo me iba a servir de "vía de escape" del estrés de la semana.
Empezó informándonos un poco sobre la vida de este poeta. Yo sabía parte por lo que nos habían enseñado en el instituto y demás, pero nunca me había planteado investigar más sobre su vida hasta ese momento. Arcadio comenzó a escribir el texto y a crear momentos mágicos en el escenario sin necesidad de escenografía. Lo único que estaba en el escenario éramos nosotros. El corifeo, Miguel y Josefina. Arcadio venía casi todos los días con algo nuevo, ya fuera un baile o una parte del texto (que me costó un poco aprender porque se me olvidaban fragmentos de las poesías).
Tras unos cuantos meses de esfuerzo, todos estábamos muy nerviosos, porque en el escenario y, sobre todo en esta obra, se requiere concentración y en este caso, también coordinación. 
Y llegó el gran día. Antes de la actuación todos estábamos muy nerviosos por cómo saldría e intentábamos relajarnos como podíamos. Pero al salir a las tablas y ver que todo estaba saliendo bien y que teníamos al público embelesado con el texto y las coreografías que teníamos marcadas, todo se fue. Fue muy gratificante ver cómo el público aplaudía como nunca y estaba de pie, apreciando el trabajo que habíamos hecho. Todavía se me pone la piel de gallina cuando recuerdo ese ambiente que creamos, además de mi parte favorita: "Las Nanas de la Cebolla" en la que utilizamos unos claveles mientras decíamos unas frases que explicaban lo que había sufrido en la cárcel. Tampoco puedo evitar sonreír cuando pienso que uno de los proyectos que he realizado este año ha sido más o menos bien reconocido y que he podido aprender más sobre la vida y el legado de este poeta que espero que no solo se utilice como algo meramente atractivo.


A continuación, un buen número de fotografías de la representación cortesía de Asier Soria y Juan Antonio López.

































































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